domingo, 31 de julio de 2011
Yo ya no puedo ver en la oscuridad. Desterrada del matríz amarillento que era mi corazón, me toca vagabundear entre las luces artificiales de una vida efímera y carente de virtud. Ahora intento reconstruir el filtro que era mi conciencia pero solo me encuentro con retazos en mi memoria de un antiguo recuerdo impersonal. Infectada y terminal, sólo me mueve el miedo a la muerte, y tal vez la esperanza, esperanza de que aunque acaben con mi mundo iluso y repleto de alegorías vagamente descritas, siempre me quedará el reino de los sueños, dónde doy una y otra vez cabida a esa caída al vacio que recreo en mi mente cada vez que veo un hueco en mi pared.
Tal vez me quede un mundo jamás recorrido, un mundo virgen, oscuro y azul. Olores esenciales para la memoria universal, un mundo donde seré sueño e historia, dónde pueda moldear cada parte de mi inconciente cultural, innato y condicionado. Ser la representación antropomórfica de los siete eternos, que mis ojos absorven como los agujeros negros todo atisvo de información que encuentren en su camino. Recreare cada uno de los colores que irritan al deseo, me convertiré en la domadora de las estrellas.
Todo por materalizar mi paz y los deseos cumplidos que alguna vez soñé.
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