miércoles, 31 de julio de 2013




"La antropología es radical en sí misma. La propia naturaleza de la disciplina sacude los cimientos del status quo. Rechaza las ideas de raza, evolución cultural, y etnocentrismo - las premisas sobre las que el sistema está construido. Es radical porque defiende la noción de que somos todos iguales; somos todos parte de la raza humana; somos los mismos, es simplemente nuestro entorno (cultural/físico) lo que nos forma en lo que somos. Colonizar, globalizar, y explotar otra sociedad por cualquier razón es lo mismo que declarar la guerra a todos aquellos que son diferentes. La antropología es la prueba de esta guerra. La antropología como evidencia es radical, sin embargo la antropología como práctica no lo es. Las evidencias no pararán la guerra, sólo la acción lo hace. No hay ninguna antropología radical hasta que la antropología sea usada hacer cambios profundos y significativos del mundo que nos rodea.

Antropología Radical no es otra muesca en el cinturón de subzonas de la antropología; es una nueva idea revolucionaria que dice que la antropología debería ser usada hacer cambios profundamente arraigados en la sociedad. Es el medio de levantarse, hablar claro, y tomar medidas. Es una antropología basada en la teoría y la práctica radical - ideas radicales y acción radical - en vez del dogma y la ideología. Este sitio web es un proyecto abierto terminado que espera crear y unificar los tipos diferentes de antropologías radicales para luchar por el objetivo de una liberación humana, animal, y de la Tierra.

La antropología radical es un modo de pensar y vivir, no una etiqueta para encasillar las ideas y energía de alguien parecido al Marxismo, al estructuralismo, o al postmodernismo. Los aspectos diferentes de la antropología radical son meras expresiones del todo mayor radical."


lunes, 29 de julio de 2013

F. Nietzsche

Sólo puede ser intrépido quien conoce el miedo pero lo supera; quien ve el abismo con orgullo. Quien ve el abismo con ojos de águila; quien con garras de águila se aferra al abismo; ése tiene valor.

El Señor Oscuro

"Boogyeman” es la manifestación de un temor abstracto y amorfo, alimentada por la imaginación de un niño, por lo cual su apariencia puede variar, dependiendo de la región donde se desarrolle la leyenda.
No solo la apariencia del “coco” cambia, también cambia su sexo y ser a la vez ambos. En el oeste de los EE.UU. el “coco” rasguña las ventanas, mientras que en el noroeste del Pacífico, este se manifiesta como una niebla verde. En algunos otros lugares el “boogyeman” o “coco” se esconde debajo de la cama o dentro del armario y no solo castiga a los niños que se portan mal, también a los que se chupan el pulgar. 
Pero al “coco” no sólo se le conoce así, recibe muchos nombres y esto se extiende en muchas regiones y muy alejadas unas de otras.
En Las Bahamas se le conoce como “Pequeño Hombre”, pequeño ser que viaja en una carreta de noche recogiendo a los niños que se portan mal, los cuales tiene que estar en la carreta para siempre.
En Brasil y Portugal se le conoce como “Home do Saco” o el “Hombre del Saco”, que se describe como una criatura de sexo masculino, parecido a un vagabundo con su saco en la espalda, en el cual se lleva a los niños, a diferencia del “Pequeño Hombre”, el “Hombre del Saco” se lleva a los niños de día. Otro “coco” en esta zona se llama “Bicho Papao” que se esconde bajo las camas en las noches.
En Bulgaria a este temible monstruo aterrador se le conoce con el nombre de “Torbalan” muy parecido al “Hombre del Saco”, también se le describe como un ser peludo y oscuro al que denominan como “Talasa” y vive en las sombras de las granjas y los áticos, que solo salen en las noches para asustar a los niños pequeños.
En Cataluña el “Hombre del Saco” no solo se lleva los niños, de ellos saca una grasa, que utiliza en las vías de los ferrocarriles de Barcelona.
En Croacia “Babaroga” es una vieja con cuernos que se lleva los niños a su cueva para comérselos.
República Checa y Polonia, “Bubak” o “Hastrman” es representado como un espantapájaros, no solo se lleva a los niños, también a los adultos, “Bubak” merodea en las riberas de los ríos y suele hacer un sonido parecido al de un bebe, con el fin de atraer a los incautos para robarles sus almas.
Noruega y Dinamarca, el coco danés es llamado “bussemanden” quien se esconde bajo la cama y se lleva los niños que no duermen.
En Egipto existe el “Abo Ragl Ma Slokha” o “El Hombre de las Piernas Quemadas”, “Abo Ragl Ma Slokha” es un monstruo que se quemo de niño por no escuchar a sus padres, se lleva a los niños desobedientes para cocinarlos y comerlos. Otro monstruo de esta zona se llama “Bo´Bo´” que es una criatura nocturna vestida de negro y que persigue a los niños que se portan mal.
En Finlandia la Criatura que atormenta los niños se llama “mörkö” y se le representa como una aterradora criatura fantasmal de color azul obscuro.
En Alemania este ente se llama “Derschwarze Man” o “El Negro” y no por el color de la piel, si no por su preferencia a los lugares oscuros, como los bosques, los armarios y debajo de las camas.

A este monstruo en Grecia y Chipre se le conoce como “Baboulas”. Pero en Haití el “coco” es gigante y es la contraparte de Santa Claus, en el dialecto criollo haitiano se llama “Tonton Macoute”.
En la India depende de la región, así que recibe varios nombres como “Bori Baba” que también usa un saco, “Chownki Daar” que vigila a los niños cuando se niegan a dormir, al sur es “Rettai Kannan” que amenaza a los niños que no quieren comer, en el estado de Andhra Pradessh, es “Buddaa” o “Shaitaan”.
En Irán la cultura persa habla de “Lulu” quien se come a los niños traviesos, también llamado “Lulu-Khorkhore” es utilizado para asustar a los niños que no comen.
En Italia, “Lúomo nero” o “Babau” atemoriza a los niños en canciones de cuna.
En Corea “Gyungsang”, “Dokebi”, son representados como un tigre, mientras que “Mangtae Younggam” es una vieja con bolsa de malla, que se lleva los niños.
También conocido como “Boeman” en los Países Bajos, “Pugot” en las Filipinas, “Bonhomme Sept-Heures” en la región de Quebec. Es “bau-bau” en Rumania, “Buka” en Rusia, Ucrania y Bielorrsia, “Bavbav” en Eslovenia, “Ogro” en España, “Goni Billa” Sri Lanka, “Monstret” en Suecia, “Böögg” en Suiza, “Dunganga” en Turquia, y “Ong b iba” en Vietnam, todos ellos están listos con sus bolsas para llevarse a los niños que se portan mal.

domingo, 28 de julio de 2013

El Poder de la Publicidad

La publicidad, que sostiene al sistema de consumo dominante, es una seria amenaza contra el ecosistema planetario, los recursos naturales y hasta nuestra individualidad, que al ser expuesta a la propaganda de la mente grupal se aleja de su autoconocimiento y auto-realización.
La ubicuidad de la publicidad hace que generalmente no reparemos en su efecto y en lo que significa para el orden de las cosas. A lo mucho consideramos sus mensajes como una molestia menor y zappeamos o bloqueamos instintivamente sus imágenes cuando navegamos por Internet o vamos por un horizonte urbano. Pero seamos consciente o no de su presencia, esta se filtra a lo más profundo de la psique colectiva e influye en el mundo que habitamos.
La era de los medios masivos de comunicación es también, indisociablemente, la era de la publicidad. Ya que la publicidad, una industria anual de medio billón de dólares, fondea la comunicación en todo el mundo, la información está en buena medida determinada por las grandes corporaciones que inyectan miles de millones de dólares a los consorcios mediáticos. Recordemos que en el sentido más básico la información es lo que programa nuestra realidad. Ahora bien, la publicidad sirve a una serie de intereses, el principal de ellos: la propagación de un estilo de vida.
Uno de los padres de la publicidad fue Ed Bernays (sobrino de Sigmund Freud), para quien la publicidad es un eufemismo de la propaganda (después de Goebbels este término fue relegado justamente como una estrategia de marketing de la misma publicidad). Bernays desarrolló una serie de conceptos que marcarían el destino de la publicidad, entre ellos el de “ingeniería del consenso” o “empoderamiento a través del consumo”, implementando el modus operandi fundamental de la asociación de un producto con el inconsciente (algo que tal vez aprendió de su ilustre tío). Actualmente, gracias a Bernays y a otros más, la publicidad es la propaganda del consumismo por todos los medios posibles. Más allá de un mensaje puntual de tal o cual producto, la publicidad promueve siempre el consumo y esto es algo que tiene serias consecuencias en el individuo y el planeta.
El profesor Justin Lewis, de la Universidad de Cardiff, ha escrito un notable ensayo sobre los peligros de la publicidad en el mundo actual, haciendo hincapié en que podemos estar acercándonos al punto en el que la publicidad se convierta en un serio peligro para el planeta.
Lewis advierte que la publicidad es el género principal de TV que vemos. Un espectador británico ve en promedio 48 comerciales de televisión al día; en Estados Unidos una persona se expone a 25 mil comerciales año. En Australia una tercera parte del tiempo de TV es publicidad; en Estados Unidos la cifra se acerca al 40%. Y si bien muchumimos que la industria publicitaria es esencialmente apolítica.
«La publicidad podrá ser individualmente inocente, pero colectivamente es el ala propagandística de la ideología consumista. La moral de las miles de diferentes historias que cuenta es que la única forma de asegurar el placer, la popularidad, la seguridad, la felicidad o la prosperidad es a través de comprar más; más consumo sin importar lo que ya teneos de nosotros nos sentimos inmunes a la publicidad, ya que supuestamente tenemos criterio y somos analíticos, numerosos estudios muestran que el cine y la televisión penetran nuestro inconsciente afectándonos de diversas formas.
La multimillonaria industria de la publicidad sabe que para ser efectiva debe de emplear una serie de trucos o técnicas de persuasión, y para eso paga sueldos astronómicos a las personas más “creativas” del planeta —convirtiéndose en una especie de calamar vampiro de la creatividad. Algunas de las mentes que podrían ser las mejores de nuestra generación (si tan solo abandonaran la industria del marketing y la publicidad) queman sus neuronas buscando la manera de engañar a las personas para que compren un producto. De manera algo deleznable, en los rascacielos de las grandes urbes del mundo puedes ver a un grupo de creativos tomando LSD para invocar una “gran idea” que haga a tal candidato obtener más votos, o fumando marihuana o quizás sirviéndose una “cuba” o un whiskey de su minibar para pensar en algo que te haga desear (sin saber por qué) comprar más Coca-Colas. Y así sucesivamente mucha de la energía creativa de nuestro mundo se consume en un loop de circuito cerrado alimentando a la sociedad consumo. Esto sin contar que la mayoría del presupuesto que se destina a la producción de comerciales es inmensamente superior al presupuesto que se tiene para obras de creación artística, científica o educativa.
Mientras tanto, de manera taimada o solo ingenua asmos», escribe el profesor Lewis.
Este mensaje que hace del santo grial de nuestra existencia una serie de productos que de alguna forma —si tenemos suficientes— nos harán cumplir nuestros sueños, aquello que vemos en las personas que aparecen en la TV y en las películas, es evidentemente una enorme falacia. Como indica Lewis, existen estudios que claramente marcan que no hay una conexión entre el volumen de objetos de consumo que una persona acumula y su bienestar. No solo no necesitamos un gadget o un nuevo cosmético para sobrevivir en un plano material ni en uno emocional, sino todo lo contrario: los objetos de consumo son muchas veces lo que nos permite no enfrentarnos con nuestra emociones, sumiéndolas en un plano inconsciente.
«La investigación muestra que una caminata en el parque, la interacción social o el trabajo como voluntarios hará más por nuestro bienestar que cualquier cantidad de “terapia de compras”. La publicidad, en ese sentido, nos empuja a maximizar nuestros ingresos en vez nuestro tiempo. Nos aleja de las actividades que nos dan placer y significado en nuestras vidas llevándonos a una arena que no nos puede proporcionar esto —lo que Sut Jhallu llama “el mundo muerto de las cosas”», escribe Lewis en Open Democracy.
Aún más importante es el hecho de que, en un mundo finito, nuestro ritmo de crecimiento de consumo es insostenible. Para el fin de este siglo, si seguimos consumiendo como lo estamos haciendo, la economía mundial tendrá que ser 80 veces más grande —y los recursos naturales del planeta lo sufrirán.
Además de amenazar el ecosistema, la publicidad es parte fundamental del programa cultural de la mente grupal: una transmisión memética que, sin aplicar un juicio de valor, nos moldea individualmente conforme a un paradigma establecido por aquella élite que se dedica a la ingeniería del consenso, para poder mantener el status quo. En cierta forma la publicidad es la forma en la que la clase dominante se comunica con las masas, una comunicación vertical, desde la cima de la pirámide electrónica hacia abajo.
«Si entendemos el mecanismo y los motivos de la mente grupal, entonces, ¿no sería posible controlar y regimentar a las masas, según nuestra propia voluntad sin que ellos lo sepan? La reciente práctica de la propaganda ha probado que es posible», escribió Ed Bernays en los albores fundacionales de la publicidad.
La publicidad actualmente, con la industria del infotainment, va más allá de los anuncios comerciales, penetra el contenido de la mayorías de los programas en los medios masivos, es en sí misma el programa dominante:
«Este programa de deseo sexual incluye todas las cosas que se requieren para tener sexo: dinero, estatus, éxito, imagen, belleza, estar en forma, confianza, carisma social y otros. Todas estas cosas son deseables para nosotros de acuerdo con un fin especifico: tener sexo. La publicidad es un recordatorio constante de lo anterior, lo mismo que el porno. Actualmente los dos se han fundido: la publicidad es frecuentemente pornográfica y los sitios de pornografía (al igual que los de encontrar pareja) y sus anunciantes han inundado, literalmente, el Internet», escribe Aeolus Kephas, enEscritores del Cielo en Hades.
El mass media, con su masaje masivo de la psique, nos recuerda constantemente, en su fusión con la publicidad, todas las cosas que necesitamos para tener sexo, para ser felices o para conseguir nuestro sueños. Y de tanto recordárnoslo —la tautología que se vuelve verdad— nos implanta una especie de memoria y deseo ajeno, donde corremos el peligro de querer (e incluso conseguir) lo que todos quieren —y dejar a un lado el descubrimiento y la búsqueda del individuo, que solo puede ser él mismo, en su totalidad, si se desprende del colectivo y de la programación mental masiva.

Desconfianza

Coleccionábamos papel de cartas con dibujos cursis y olores almibarados. Aquellas hojas por lo general rosas, aunque también las había moradas, verdes, rojas y azules, marcaban jerarquías precisas. Las que abundaban te ponían cara a la pared, bien apretada con otras niñas. Para salvarse bastaba lo insólito, que además debía rozar lo bello. Con seis años, yo podía ir sola a muchos más sitios que cualquiera de las compañeras de mi clase, pues mis padres abogaban por preocuparse lo justo. Eso ampliaba mis posibilidades de distinguirme de las otras niñas a través de las hojas cursis, distinción de la que estaba necesitada por ser nueva en el colegio y hablar con un acento del sur que lo único que atraía a mi alrededor era el vacío. Para que te quisieran había que lucir algo especial del tipo ser rubia con ojos azules, hacer siempre bien los deberes o poseer hojitas que fueran rarezas. Había estado ahorrando durante dos semanas el dinero de la merienda, y una tarde, y puesto que nadie me vigilaba, llegué a la calle de Colón y me metí en una papelería, donde encontré unas hojas amarillas. Su diseño, salpicado de animales de granja, no era muy distinto al de las que circulaban en mi clase; sin embargo, estaba segura de que nadie más tenía aquel modelo. A la mañana siguiente le enseñé a una de las niñas que viajaba conmigo en el autobús escolar mi nuevo tesoro. Se trataba de una pelirroja que nunca me había dirigido la palabra, y que prorrumpió en exclamaciones y promesas de amistad eterna cuando le mostré aquellos papeles de cartas. "Puedo conseguirte unos iguales", le dije, y de repente experimenté algo mucho mejor que ser querida por tener algo único: compartirlo. Pero, oh, cometí el error de asegurarle que al día siguiente tendría sus hojitas amarillas. Me había quedado sin dinero, y necesitaba volver a ahorrar. Como no podía demorarme, le pedí a mi madre 600 pesetas para la dádiva. "Ya te hemos comprado muchas", me contestó. "No es para mí", le dije, "quiero regalarle las hojas a una amiga". Mi madre me respondió sin ninguna piedad: "¿Una amiga? Esa lo que quiere es aprovecharse de ti, no seas tonta". Yo no le había contado a mi madre que vagaba sola en el recreo, pues no era tan fuerte como para reconocer que algo iba mal y defraudarla. Tampoco le hablé, porque en ese momento no lo entendí, de que acababa de destruir mi confianza en la generosidad, y por ende en cómo podía acercarme a través de ella a los demás. Me limité a sentirme idiota, pues creía ciegamente en sus juicios apocalípticos. Por supuesto, mi madre no permitió que yo faltara a la palabra que había dado, y me acompañó a la papelería a por las malditas hojas. Al día siguiente se las di a mi compañera en silencio y con desdén. Me quedó un regusto espantoso. Y hasta hace poco no he sabido qué nombre ponerle.

Agustín García Calvo

¿Qué sabréis vosotros lo que es un niño, lo que son niños ni niñas? Ah, pero funcionáis como si lo supiérais, con una fe mortal en que sabéis cuál es el destino de todos y de cada uno, con una prisa por cumplir la Orden, que no dais abasto a tanta pedagogía; que se hagan cuanto antes, a la cuenta del tiempo de las velitas de sus tartas de cumpleaños, unos hombres como Dios manda (o unas mujeres, con tal de que sean mujeres de hombres), y más aún, que sean ya ahora su futuro, unos hombrecitos, o al menos unas mujercitas, en fin, crías de Hombre, y no otra cosa.
Ya sé que también bajo el antiguo Régimen había escuela, y hasta palmeta y orejas de burro para el más lerdo: siempre ha habido escuela (vamos, desde el comienzo de la Historia, que de lo otro no se sabe), y, cuando a aquel niño de un pueblo de Jaén le preguntaban: “Y tú, ¿qué vas a ser cuando seas mayor?” respondía mohíno; “Yo que no haiga escuela”, y se decía entonces: “La letra con sangre entra” (la letra, ¿eh?, que no la lengua, que ésa no tenía ni que entrar, y ni siquiera entrar al idioma de los padres costaba sangre), pero es que habéis progresado tanto, con los métodos de la dulzura democrática, con la pedagogía lúdica (ya les mandáis jugar, que se tomen hasta la clase como un juego, y conseguir así que se aburran jugando, mucho más que con el padrenuestro y la tabla de multiplicar), que sois insidiosos y venenosos como nunca.
Ni creáis que me crea yo que los niños son unos inocentes: “inocencia” es otra idea (para sostener la de “culpa”) de vuestras sucias imaginaciones. De ésos que oigo por la ventana, supongo que cada uno de por sí está gritando “¡Gol!”, o “¡Qué chándal más guai!”, o “Pues mi mamá es ingeniera”, o cualquiera de las idioteces que les mandan; pero todo eso se pierde en el aire, y me llega sólo la pura algarabía, donde oigo palpitar la razón común, que nunca muere. ¿Sabíais vosotros, infames, que cada vez que nace un niño a este mundo trae consigo un aliento de verdad y vuelve a darse entre nosotros el milagro de la encarnación del verbo? No: eso es lo que vosotros, servidores del Futuro, no sabréis nunca; no os lo podéis permitir siquiera sospecharlo. Y, como desespero de hacéroslo entender (de paso que trato yo mismo de entenderlo), por eso ¡con qué alegría me despido de vosotros, falsificadores, según se me va ensordeciendo en los oídos el vocerío de los niños de la escuela!

Marcel Schwob

—¿Cómo podría olvidarte mi amor? Tú estás en mi espera, contra la cual duermo, y no puedo explicarlo. ¿Te acuerdas? Me gustaba mucho la tierra y arrancaba las flores del suelo para volverlas a plantar. ¿Te acuerdas? Solía decir que si yo fuera un pajarito, me meterías en el bolsillo al marcharte. Amor mío, estoy aquí, en la buena tierra, como una semilla negra, esperando convertirme en pajarillo.

Isaac Asimov

Cuestiono todo lo que me parezca irracional, cualquiera sea su fuente. Si estás de acuerdo conmigo en ésto, debo advertirte que el ejército de la noche tiene la ventaja de un número abrumador y que, por su propia naturaleza, es inmune a la razón, de modo que es absolutamente improbable de que tú y yo podamos vencer.
Puesto de trabajo pequeño y abarrotado hecho con paneles desmontables revestidos de tela y ocupado por miembros poco importantes del personal. Llamado así en recuerdo de los pequeños cubículos de los mataderos utilizados por la industria cárnica.