La discriminación especista presupone que los intereses de un individuo son de menor importancia por el hecho de pertenecer a una especie animal determinada. Esta discriminación es una actitud bastante arraigada en todas las culturas excepto en la cultura jainista. La representación más común del especismo es el antropocentrismo moral, o sea, la infravaloración de los intereses de aquellos que no pertenecen a nuestra especie animal homo sapiens.
La consecuencia de este tipo de discriminación, según sus teóricos, es la consideración de los animales no humanos como meras propiedades del hombre, y que el humano está en su pleno derecho de disponer de ellos para su provecho, desde usarlos en estudios médicos para beneficio de su propia salud, criarlos para usarlos como alimento, vestirse con sus pieles o para diversión. El uso del animal como propiedad podría provenir del inicio de la cría domestica de estos, aunque también es posible que provenga de un tiempo anterior, cuando el hombre primitivo consideraba una manada salvaje como exclusiva de un grupo determinado.
El especismo también produciría, supuestamente, un gran impacto ecológico indirecto, debido a la alteración de los ecosistemas de las otras especies como medio para aumentar la producción de estas, o a la gran cantidad de contaminantes que produce la masificación de animales en las granjas industriales.
Desde pequeños se nos han inculcado y repetido de formas más o menos sutiles y diversas, a través de cuentos, libros infantiles, visitas al zoo o al circo, productos alimentarios provenientes de la explotación de los demás animales etc. Esto hace que pocas/os hayamos cuestionado el especismo. Nuestra infancia, como el resto de nuestra vida, es una muestra de que los intereses de los animales no son considerados justamente.
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