Tenía 5 años, la primera vez que un niño me levantó la falda. Creo que 6 la primera vez que jugaron a pellizcarme el culo. A partir de los 12, comencé a sufrir las miradas lascivas de hombres que con olor a vino y con un cigarro en la mano gritaban cosas que yo aún era incapaz de entender.
Para qué continuar con lo que vino después. Llegó la adolescencia y la moral vacía que te habían enseñado toda la vida. Sin saber porqué, tú evitabas a toda costa ser tocada pero no porque tu cuerpo te pertenecía, sino porque pertenecía a Dios, a tu padre, a tu hermano o a cualquier otro agente de socialización que te imponía ser casta y pura. Durante años andas confundida, dando vueltas en espiral alrededor de mandatos, normas e imposiciones que se entremezclan con amagos de rebeldía e inconformismo que te hacen caer en la culpabilidad y en la repulsa social.
Un día normalizas que tu cuerpo no es tuyo. Tal y como dice Foucault, tu cuerpo está inmerso en un sistema político, donde las relaciones de poder que operan sobre él, le obligan a ejecutar unas ceremonias, a convertir tu cuerpo en un “cuerpo dócil” mediante disciplinas corporales que no están en los agentes de socialización (escuela, familia, iglesia…) sino en todas partes, ocultas como manos invisibles que te dan forma a su antojo.
Estas disciplinas te atrapan, te enjaulan y te culpabilizan. Aquellas disciplinas hechas para justificar su violencia. Y día tras día, van pasando los años; evitando miradas, esquivando sombras en la noche, lanzando sonrisas sin contenido aparente y sobre todo evitando tropezarte con aquella culpabilidad irracional que la sociedad patriarcal te imprime ante el más mínimo asomo de autonomía. “Miras hacia atrás cuando caminas, no vayas sola por la calle, no lleves minifalda solo cuando tu chico te lo pida… (ver las Recomendaciones para evitar una violación hechas por el Ministerio del Interior).
Y cuando pones la televisión encuentras que hace 2 días violaron una chica en la Feria de Málaga, los “presuntos” violadores quedan libres y su alcalde declara que “una violación son cosas que pasan” , que León de Riva declara que “le da reparo subir en un ascensor por miedo a lo que pueda pasar” ante una denuncia de violación de una joven en Valladolid, que hace 6 días mataron a otra mujer víctima de lo que Ana Botella llama violencia doméstica (como si fuese un accidente casual)… Y entonces, miras atrás y piensas en todas las veces que bajaste la cabeza ante cualquier palabra que ellos catalogan como “piropo” pero que a ti te expropia el alma, en cada vez que tuviste que decir NO a gritos en una discoteca porque “cuando una mujer dice no quiere decir sí”, en cada vez que te cambiaste de ropa en casa pensando en qué reacciones no querías provocar…
Y de los más profundo y abigarrado de tu alma, te sale un sonoro: BASTA! Que te rompe, te resquebraja en mil pedazos intentando rehacer esa identidad que no te dejaron construir, intentando reconocer ese cuerpo que te expropiaron, intentando reabrir heridas para ver si la sangre las saca del anonimato. Y entonces te reconoces, dentro de la sociedad de la violencia normalizada, donde el acoso no está penado y se camufla detrás del halago, donde las violaciones se esconden detrás de relaciones sexuales consentidas “a medias”, donde la utilización de los cuerpos de las mujeres como objetos de consumo se muestran tras vallas publicitarias, donde los micromachismos siguen siendo una invención de unas pocas feminazis que “lo que necesitan es un buen polvo”…
Y te da tanto asco, que decides escribir esto en una tarde de Agosto a ver si visibilizandonuestra rabia e indignación conseguimos hacer retroceder a la cultura de la violación. Cuando una mujer dice no es no! Basta ya de violencia patriarcal!
https://www.diagonalperiodico.net/blogs/javierpadillab/la-propiedad-cuerpos.html
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