domingo, 2 de febrero de 2014

El Atlas Mnemosyne: ¿un vistazo al código secreto de nuestra memoria colectiva?

¿Qué pasaría si el lenguaje del mundo estuviera conformado por apenas un puñado de símbolos que, iterados a través del tiempo y las geografías, conformaran un código oculto pero paradójicamente evidente, sepultada como estuviera su legibilidad por páginas y páginas de historia, acumulándose sin cesar?
Esta puede ser, más o menos, una imagen con la que podemos asociar el último proyecto del excéntrico Aby Warburg, probablemente uno de los historiadores del arte más enigmáticos del siglo XIX, una mente inquieta que por momentos se asomó peligrosamente a la naturaleza de las potencias que estudiaba y las cuales, aseguraba, recorrían furtivamente el curso del arte occidental.
El Mnemosyne fue, grosso modo, un atlas en el cual Warburg buscaba situar los puntos por los cuales, inevitablemente, transitaba la representación occidental, desde las obras maestras de la pintura y la escultura, hasta las figuras aparentemente triviales que aparecen en las revistas y los periódicos cotidianos, clasificaciones en las cuales sería posible situar casi cualquier expresión del imago mundi:
1.    Coordenadas de la memoria
2.    Astrología y mitología
3.    Modelos arqueológicos
4.    Migraciones de los dioses antiguos
5.    Vehículos de la tradición
6.    Irrupciones de la antigüedad
7.    Fórmulas dionisiacas de las emociones
8.    Nike y Fortuna
9.    De las Musas a Manet
10. Dürer: los dioses van al Norte
11. La edad de Neptuno
12. “Arte oficial” y el barroco
13. Re-emergencia de la antigüedad
14. La tradición clásica hoy
Así, desde 1924 y hasta su muerte, en 1929, Warburg coleccionó cerca de 2 mil fotografías, reproducciones de pinturas e imágenes provenientes de libros y otros materiales impresos, fijándolo todo de acuerdo con esas señales en paneles de madera que, sin embargo, no tenían otra leyenda más allá de la categoría temática a la que pertenecían, se piensa que con el propósito de que el posible espectador recibiera la revelación súbita del orden en medio de ese aparente caos.
Algunos años antes, estudiando el fresco de Domenico Ghirlandaio Visita alla camera della puerpera, en la Basílica de Santa Maria Novella, en Florencia, Warburg había notado que una de las mujeres representadas se distinguía del resto por la ligereza de su vestido y sus cabellos, por encarnar la “brise imaginaire” con que la antigüedad pagana irrumpe de pronto en medio de los cánones que pretendieron olvidarla. Esa mujer era, según Warburg, una Ninfa, inesperadamente presente en la obra de un maestro renacentista.
Este ejemplo, anterior a la proyección del Atlas Mnemosyne, quizá da cuenta del ambicioso propósito de este: descubrir, contra la racionalidad dominante, la posibilidad de que sean otras fuerzas las que animan nuestro pensamiento, los simulacros que según los griegos era una de las pocas formas en que la divinidad podía hacerse presente en este mundo, “olas mnémicas” (según la expresión de Warburg) que agitan la representación imaginaria desde tiempos remotos.

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